Más allá de la caída por penales, el partido ofreció una certeza: Argentina no puede prescindir de Javier Pastore. Sergio Batista lo puso demasiado tarde, a los 27 minutos del segundo tiempo, y quedó la sensación de que si él hubiese ingresado antes, las cosas hubieran sido diferentes para la Selección. Pastore ratificó que con sus dotes de armador es capaz de organizar el juego y de fomentar la claridad que el equipo sólo tuvo cuando la pelota pasó por sus pies o en aquella última media hora del primer tiempo en la que Lionel Messi logró desequilibrar desde la posición que mejor le sienta: bien abierto sobre la derecha.
Argentina fue un equipo con Pastore en la cancha y otro sin la presencia del flaco del Palermo. Cuando entró él, las únicas jugadas de creación de juego lo tuvieron como protagonista. En los 27 minutos anteriores del segundo tiempo, Argentina careció de claridad y de concepto de juego. No tuvo elaboración, la circulación de la pelota se convirtió en una proclama vana y los uruguayos, que estaban con uno menos desde los 38 del primer tiempo por la roja que vio Diego Pérez, se defendieron como pudieron y se sostuvieron en la gran actuación de Muslera.
En líneas generales, Argentina hizo un buen primer tiempo. Demoró entre diez y quince minutos en asentarse. En el arranque hubo momentos de confusión porque Messi fue demasiado por el medio e incluso se retrasó más de lo aconsejable. Los uruguayos, que ya a los dos minutos se habían puesto en ventaja con el gol de Diego Pérez, lo controlaron bien y Argentina no supo cómo resolver esa dificultad hasta que Messi se paró bien abierto sobre la derecha.
Los arrebatos individuales de Angel Di María y Sergio Agüero quedaron de lado y Messi se hizo cargo de la mayoría de los ataques bien concebidos, acompañado adecuadamente por un Fernando Gago que por entonces cumplió muy bien con su función de convertirse en salida.
Así se llegó al gol del empate, con un enganche hacia adentro de Messi y el centro perfecto para el cabezazo de Gonzalo Higuaín.
Por entonces, Uruguay ya había elegido una fórmula muy parecida a la del rugby para general peligro. Favorecidos por la tendencia de Burdisso y Milito a cometer infracciones con los atacantes de espalda, los uruguayos apostaron casi sistemáticamente a los tiros libres de Diego Forlán y a la capacidad aérea de sus defensores y volantes para complicar.
El socio que necesitaba Messi estaba en el banco y Batista regaló demasiado tiempo al ponerlo recién cuando quedaban 18 minutos para el final de los 90 minutos reglamentarios. Para Argentina fue insuficiente con esa media hora en la que Messi y Gago la llevaron por buen camino y con el rato en el que Pastore le dio un perfil mucho más saludable al equipo. El juego de toque que pretende Sergio Batista se vio poco y nada. Y el equipo lo pagó.
Por HORACIO PAGANI
Fuente: Clarin
El tenia que haber sido TITULAR desde siempre, eso es obvio.
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