La magia de la Coppa envolvió un estadio Olímpico que vistió de etiqueta para la ocasión. Puso su alfombra roja para inclinarse ante el paso del Inter, vigente campeón que revalidó el título, séptimo en su historia. Ante la oportunidad de sumar el primero estuvo el Palermo, encomiable en su actuación e injustamente derrotado. Quizá no se vean en una así en mucho tiempo, y más después de ver como Pastore se doctoraba en una cita de tanta repercusión.
El argentino tiró de su equipo cuando más lo necesitó. Desapareció Ilicic en el segundo tiempo, se atrincheró el Inter y lució la figura desgarbada del elegante mediapunta. Pero no fue suficiente. Faltó acierto, mucho acierto, en los últimos metros. El uruguayo Hernández se hartó de finalizar sin eficiencia. Entre su escasa puntería y las oportunas apariciones de Chivu o Julio César, se perdió la ilusión de un gran Palermo.
La del Inter se agarró a las piernas de Eto'o, insaciable y decisivo como pocos. Dos malas salidas desde atrás del equipo de Delio Rossi propiciaron dos chispazos de Sneijder ejecutados por el camerunés. Rápido, lúcido, incisivo y con un don especial para las finales. Ahí, en las botas de Samuel ganó la final el Inter.
Hasta el último suspiro
El Palermo, cabezón y empeñado en hallar cualquier resquicio de esperanza, insistió mientras las piernas aguantasen. Recortó distancias con un gol de Muñoz que no debió subir al marcador y buscó una heroicidad que adquirió especial relieve con la expulsión, injusta también, del propio Muñoz.
Otro de los que marcan diferencias, Diego Milito, terminó con la lucha del equipo siciliano. En lo que pudo ser su despedida, el 'Príncipe' rentabilizó su fugaz presencia en el campo con el tanto de la sentencia. Para el Palermo, fue bonito mientras duró. Para el Inter, más bien, lo fue cuando acabó.
Fuente: Marca.com
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